Ofrenda de Día de Muertos: Un puente entre dos mundos.

Por David Chamorro Zarco
Cronista Municipal de Yauhquemehcan, Tlaxcala

Llegaron las festividades relacionadas al Día de Muertos y por dondequiera se percibe un ambiente festivo, pues además de la consustancial conmemoración milenaria, también se percibe el arranque de la temporada de fin de año.

Las escuelas de todos los niveles fomenten entre sus comunidades la colocación de Ofrendas del Día de Muertos, en un intento muy consciente, por tratar de frenar la práctica de otras costumbres culturales que no son genuinas de nuestra cultura.

Hoy, martes 31 de octubre de 2023, el interior de la Presidencia Municipal de Yauhquemehcan, se vistió de color, se llenó de olores y sobre todo se multiplicaron los esfuerzos de diversas personas por dejar un testimonio de la intensidad con que se viven estas festividades.

Desde muy temprano comenzaron los preparativos, se hicieron adecuaciones, se modeló el proyecto, se acopió aportaciones y, poco a poco, fue dándose rostro a una Ofrenda de Día de Muertos que dejó confluir elementos religiosos básicos, como imágenes centrales en la cosmogonía católica, así como diversos símbolos de sincretismo que están muy profundamente arraigados en nuestra conciencia colectiva.

A la vez, hicieron lugar a las flores, los alimentos, los dulces y las bebidas que, en compañía de las calaveritas de azúcar, chocolate y amaranto, hicieron el cuerpo de una oblación a nuestros antepasados, en ánimo de mantener viva y sólida la tradición que nos asegura que, durante los últimos días de octubre y los primeros de noviembre, los vivos y los muertos pueden convivir en un clima de festividad y armonía.

Se aprovechó de manera muy inteligente el primer conjunto de la escalinata original del edificio, usando su descanso como la parte superior de la ofrenda, en donde un gran crucifijo presidió el conjunto. La sal, la tierra, el aceite y el agua bendita fueron igualmente colocadas para que, con el respectivo incienso, dieran testimonio de la memoria sobre los sacramentos católicos y el permanente recuerdo de la fragilidad de la vida humana.

El pan tradicional de muerto, primordialmente hojaldras y pezuñas, dieron al conjunto un color y un olor muy singular. Dulces como los hechos a base camote o calabaza, hicieron evocación directa a nuestros ingredientes culinarios más elementales. Esto, en conjunto con alimentos tradicionales como tamales, tortillas, mole y arroz, significaron un ofrecimiento para que las almas de los fieles difuntos vuelvan a degustar, al menos en la esencia, lo que en vida seguramente fue un manjar, como sigue siendo para nosotros en estos días.

Las velas y veladoras encendidas fueron igualmente colocadas como un signo de respeto y de la luz necesaria para guiar a quienes nos visitan en su camino, al lado del incienso que se consume y cuya esencia sube al cielo, en evocación directa a la oración.

En diversos sitios del conjunto ofrendario se colocaron dulces para el deleite del alma de los niños y también bebidas fortificadoras para que la presencia de los muertos adultos puedan recordar de los tiempos en que disfrutaban del vino y los licores, comenzando por la bebida mas tradicional de Tlaxcala: su majestad, el pulque. Así pues, cerveza, tequila, ron, brandy y mezcal se ofertaron en un acto simbólico por dar a los invisibles visitantes un remanso de paz, de descanso y de alegría.

Los adornos de papel picao igualmente dieron marco a la Ofrenda del Día de Muertos, en alusión directa a las ánimas, pues se cree que cuando estos elementos se mueven, es porque las almas de los fieles difuntos han pasado junto a ellas. El conjunto completo fue rodeado de un generoso marco de flores de cempasúchil, con que también se trazó un camino para que las ánimas puedan llegar sin problema a degustar de todo lo colocado en su honor.

Muy especial fue el entusiasmo que pusieron las personas que, con toda amabilidad y prestancia, fueron colocando uno a uno los diversos elementos tradicionales, valorando y respetando el peso que tiene nuestras tradiciones.

Esta ofrenda igual que todas las demás que se colocan en nuestro país, es en realidad un puente que une los dos mundos, es decir, el habitamos los que aún disfrutamos de la vida y el otro lado, o sea, quienes vivieron y murieron antes que nosotros.

No importa si se trata de una ofenda humilde o modesta, o de alguna suntuosa y monumental. Lo realmente trascendente es que no perdamos esta tradición, esta unión entre las dos facetas de un solo conjunto. Más allá de las creencias religiosas particulares, esta tradición vive en nuestro interior porque la hemos practicado desde hace milenios, o al menos desde hace siglos, dependiendo de la óptica con que se analice, pero invariablemente, es una referencia directa a nuestros orígenes, tanto a nivel cultural como familiar.

Ojalá que, en las casas, al constituir nuestra respectiva ofrenda, grande o pequeña, fomentemos la participación de la niñez y la juventud, pues se requiere urgentemente afianzar sus convicciones culturales, para no correr el riesgo de que algún día estas festividades aminoren o desaparezcan.

La única certeza que tiene el ser humano es que su vida es finita y muy endeble. En cualquier minuto se puede quebrantar. Por eso es muy importante que disfrutemos a plenitud de nuestra existencia de todos las alegrías y momentos placenteros que se nos brindan, pues no sabemos si al día siguiente los volveremos a tener.

Por lo pronto, recibamos a nuestros muertos, y desde Yauhquemehcan digamos: Pasen gustosas las almas / a disfrutar de su ofrenda; / alégrense en fiesta y calma, / sin que nada las sorprenda. / Degusten de los tamales / y también de la bebida; / olviden penas y males / 

¡Bienvenidos a la vida!

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