infotlax.com / Jorge Alcántara
La política apizaquense vive días turbulentos, tras la polémica protagonizada por los hermanos Jair e Iván Méndez, dirigentes de la Organización de Comerciantes Fuerza Apizaquense, quienes pasaron de ser aliados estratégicos del alcalde Javier Rivera Bonilla, a sus más férreos detractores.
Las fracturas internas y ambiciones personales han destapado una operación plagada de hipocresías, dobles discursos y padrones inflados.
Durante meses, los hermanos Méndez se beneficiaron de acuerdos con la administración municipal. Desde su posición de liderazgo, aplaudían cada decisión del alcalde, mientras sus agremiados recibían concesiones.
Sin embargo, la reciente revisión del padrón de comerciantes, que reveló inconsistencias y cifras infladas, provocó un giro en la relación: el respaldo institucional se transformó en confrontación pública.
La manifestación de hoy fue el detonante del escándalo. Organizado por la misma organización que antes defendía al edil, terminó siendo una movilización raquítica y mal ejecutada, lo que evidenció la pérdida de convocatoria de los hermanos Méndez. En lugar de debilitar al alcalde, la protesta exhibió el debilitamiento de sus anteriormente aliados políticos.
Iván Méndez, quien apenas había sido nombrado secretario técnico en la presidencia municipal, fue cesado tras darse a conocer una relación sentimental con una trabajadora del ayuntamiento.
El escándalo personal lo sacó de la escena política en menos de un mes, dejando ver una falta de disciplina que ni siquiera su padre, el veterano Don Gabriel Méndez, habría tolerado.
Por su parte, Jair Méndez enfrenta el mayor desgaste. La exhibición del padrón inflado lo dejó sin argumentos en la mesa de negociación. Además, sus nexos con Karen Villeda, secretaria de Cultura del estado, quedaron comprometidos.
Villeda había confiado en Jair como Coordinador de Cultura, un cargo que ahora pende de un hilo tras el bochornoso episodio político.
Una pieza clave que empieza a inquietar a diversos sectores es Juan Antonio Martínez Guerrero, director del Reclusorio de Apizaco, con quien también existían convenios.
La pregunta que flota es si sabía de las maniobras de los hermanos Méndez y si aprobaba el uso de la cultura como moneda de cambio para presionar al gobierno municipal.
En medio de esta crisis de credibilidad, el silencio de figuras estatales como Karen Villeda y la gobernadora Lorena Cuéllar Cisneros llama la atención. ¿Hasta qué punto estaban enteradas de estas maniobras? ¿Serán cómplices de una estrategia política improvisada o también víctimas de una estructura heredada sin liderazgo real?
La caída de los hermanos Méndez no solo representa una traición política; es también un símbolo de lo que ocurre cuando el oportunismo se impone a la experiencia.
Don Gabriel Méndez, viejo lobo de mar en la política local, supo mantener el equilibrio entre el poder y la dignidad. Hoy, sus hijos lo han perdido todo, incluso el respeto.
